domingo, 3 de febrero de 2008

Sobre la MENTIRA

Esta semana, aprovechando que estoy con la gripe y que no estoy para nada mas sustancial, ni tampoco menos interesante, he estado leyendo uno de los éxitos editoriales (habría que decir mediáticos?) de una obra a caballo entre internet y el libro.
Se trata de España, perdiste del argentino Hernan Casciari. Creador de uno de los blogs mas gloriosos que me ha tocado conocer: Weblog de una mujer gorda.
Casciari es el mejor ejemplo del desvergonzado, cínico, tierno, corrosivo, lenguaraz y oportunista argentino. No sé si estoy autorizado a decirlo, ni me importa, pero creo que es una revolución en el mundo de las letras en español, especialmente por sus aportaciones al mundo de los Blogs y su increíble habilidad para urdir las mentiras mas bien trabadas.
Y de eso, precisamente, quiero hablar hoy, de las mentiras.
Si leyeron el post de Hay 35 mentiras en tu correo... (y si no léanlo ahora, hombre!!...), se ubicaran en la filosofía de Casciari sobre la mentira.
Desde luego que estoy en total acuerdo con Casciari sobre la conexión entre la Creatividad artística y la mentira, y que de no existir la mentira, no habría manera de crear. También aprecio ese gusto por la libertad de crear, cifrado en la habilidad de mentir, y comparto su desprecio por los “boludos” incapaces de mentir.
Pero también conozco la otra cara de la moneda, la de la mentira que, como un crédito a corto plazo, nos exige devolución con muy altos intereses. La de la mentira que nació pequeña y hermosa y creció desmañada, vociferante y amenazadora. La de la mentira que nos abrió una pequeña puerta y supuso que nos cerraran todas las demás.
Supongo que por ser muy imaginativo y creativo, desde siempre me gusto mentir, es decir crear, recrear la realidad, hacer uso del potencial fecundo de la libertad.
Cuando somos jóvenes nos gusta mucho fecundar, por eso mentimos mucho, intentamos que el mundo sea como a nosotros nos gustaría y si de paso puede gustarle a otros tanto mejor, ya se sabe que una opinión compartida por muchos adquiere pronto el rango de verdad tautológica. El problema es que, cuando vamos haciéndonos mayores, nos damos cuenta que crear en libertad sin responsabilidad es peligrosísimo, todos esos hijos que hemos engendrado, son ahora nuestros deudores, los que nos obligan y a quien no podemos engañar con una mentira porque sería muy estúpido mentir a los hijos de la mentira.
Cuando somos jóvenes estamos necesitados de información, de ideas, de novedades, de creatividad, por eso mentimos, engañando a los demás y dejándonos engañar. Pero cuando ya hemos pasado la fase de la “Lluvia de ideas”, de la recogida de información, llega la hora de las decisiones, es la hora de “cortar cabezas”, de los descartes, de concentrar la atención y no hacer caso de las críticas. Es la hora de la tiranía.
Después de un periodo de anarquía creativa y fecunda, llega un periodo de estabilización, en el que ya no vale todo y en la que la creatividad es muy mala compañía. Ejecutar un plan, supone eso, “ejecutar” las miles de posibilidades inviables y utópicas y marchar hasta el fondo de la alternativa escogida, pese a las críticas. Es la hora de desterrar a los filósofos que sólo saben hacerse preguntas, de cortar el cuello a los bufones, para acallar sus burlas, de matar al mensajero para eludir las noticias que nos desmarquen de nuestra decisión. Es la hora de hacer un lugar a nuestra idea, nuestra creación, sin piedad, como buenos padres de nuestros hijos.
No es la hora del ¿Por qué?, sino del ¿Quién?, ¿Cuándo?, ¿Cómo? y ¿Dónde?.
De todos modos, como cualquiera habrá podido darse cuenta, el problema ético de la mentira no está en la mentira en sí, sino en su intención asociada: La Honestidad.
Desde luego que mentir es necesario e inevitable, todos queremos arrullarnos con cuentos, con hermosos y bonitos cuentos, pero cuando la intención de la mentira es deshonesta, entonces la mentira adquiere su peor color. La mentira deshonesta es sobre todo dolosa para aquel que la inventa: el que miente con dolo, indefectiblemente piensa que los demás también lo hacen (lo cual es a veces suponerles a los demás más imaginación de la que realmente tienen), por lo cual nunca puede tener la seguridad de la sinceridad ajena.
De la misma manera un mentiroso siempre alberga una duda acerca de la calidad y valor de su mentira, y de cómo ésta calará y se abrirá paso, por no decir del peso abrumador de “sostenella y no enmendalla”.
Por otro lado, la mentira deshonesta es dolorosa con aquel que se deja engañar por ella.
Tal vez alguien al leer esto piense en que lo pueden engañar a su pesar, pero yo no lo creo . Creo que por más que traten de engañarnos, sólo lo conseguirán aquellos a los cuales nosotros mismos hemos autorizado a engañarnos, bajo nuestra completa responsabilidad.
Podría extenderme mucho acerca de las habilidades para desenmascarar mentirosos, pero no creo que haga falta, cualquiera en sus plenas facultades, atento a lo que le dicen, al cómo, cuándo y dónde se lo dicen y reflexionando sobre el porqué se lo dicen puede asignar un valor de verdad a la información que le dan. Eso lo hacemos continua y automáticamente con toda la información que recibimos. Es posible que no haya un valor absoluto de verdad asignado a una información en una cierta escala, pero si existe un valor relativo y variable, contrastable y comparable con los otros valores asignados, lo que nos permite tener un sistema dinámico de valoraciones o creencias privadas.

De todos modos el problema de Casciari, es el problema de todos los argentinos y por extensión de todos los latinoamericanos: MIENTEN MÁS QUE HABLAN. Es especial los argentinos, es una cuestión cultural, que penetra en toda su estructura social: política, economía, etc... Creo que a los únicos que se les puede poner entre paréntesis, hoy por hoy, es a los chilenos, que se están ganando a pulso una respetabilidad en todos los campos. ¿Y que pasa con los españoles? ¿No somos mentirosos?. Si y mucho, pero cada vez menos, y en contraste con nuestros hermanos de Las Américas somos hasta demasiado sinceros. Desde luego que no creo en los tópicos, pero hay hechos tan tozudos y tan obvios que negarlos es pura idiotez. Los españoles en época de Franco mentíamos más, ¿Y cómo no?, con la dictadura no había otra manera. Para empezar los que predicaban sobre la honestidad y la sinceridad, los curas, los maestros y los que mandaban, eran los primeros en faltar a la verdad y su hipocresía y falsedad era descomunal. Pero los tiempos cambiaron y poco después los españoles hicimos como en los versos de Gloria Fuertes:

Me arranque la costumbre
De decir la mentira
Me tejí este vestido de verdad que me cubre
A veces voy desnuda....

Así los españoles recuperamos la confianza en nosotros mismos, la integridad y la honestidad, uno de los pilares básicos de la autoestima, y poco a poco, nos hemos ido quitando los disfraces de víctimas y no necesitamos mentir, ni ser deshonestos.
Eso hace que a los ojos de los latinoamericanos que nos visitan seamos estúpidos, toscos, huraños, ásperos, irascibles y obcecados, pero es por que vamos por el camino derecho, arrasando, no buscando hermosos linderos por dónde despistar y despistarnos, sino responsables y consecuentes con el compromiso adquirido, derechitos, sin buscar excusas de forma continuada, ni llegando tarde a todo, sin faltar a los compromisos y contratos, cosa a la que están demasiado acostumbrados nuestro queridos hermanos.
Hay una máxima en México sobre el trabajo digna de ejemplo:

“Tú haces cómo que me pagas, yo hago cómo que trabajo”

Así en toda Latinoamérica triunfan todavía los populismos tipo Castro, Chávez, Evo y tantos otros. Así las economías son inestables y los políticos corruptos: ¿Cómo no lo van a ser si les prometen de todo y luego-pendejos- esperan que les cumplan?

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