jueves, 14 de junio de 2007

Sobre el MIEDO A VOLAR

Ayer estuve charlando con Snow, una chica morena, alta, delgada, muy guapa, de unos 27 o 28 años, culta, sensible, estudiosa, preparada, elegante, en fin una joya. Sin embargo algo en ella desmerecía este cuadro de virtudes. Tras reflexionar me di cuenta de que era lo que hacía que menguaran sus méritos y, por otro lado, así tuve la oportunidad de mirarme en ese espejo maravilloso que son los otros seres humanos que nos abren su corazón.
El problema de Snow es la inseguridad laboral, las dificultades de encontrar un trabajo, el miedo a llegar a los treinta y no tener un empleo (a partir de los 30 ya no consigues empleo, según Snow). Hay muchos otros anhelos en el corazón de Snow, pero nuestro nivel de intimidad no le permitía ir más allá para desvelarlos.
Yo le conté que a mis cincuenta años y a punto de prejubilarme, veía las cosas de muy distinta manera. Le dije que lo primordial era tratar de encontrar el sentido a la existencia, escuchar el corazón de uno y tras ello las demás cosas, tales como el trabajo, la familia, los hijos, se irían subordinando sucesiva y necesariamente.
Snow no me quería dar crédito, atribuyó a mi condición de prejubilado mis pensamientos, y siguió aferrada a su necesidad de seguridad.
Desmontar las afirmaciones de Snow acerca del mercado laboral no es muy difícil, pero no basta con querer razonar, hay que sentir, escuchar al corazón, querer perder el miedo a volar.
Desde luego si comparo a Snow con cualquiera de los miles de emigrantes que están llegando con la esperanza de encontrar un trabajo, la comparación es odiosa, pues con respecto a ellos se encuentra en una posición de franca ventaja, si no fuera por su actitud desventajosa.
Si la comparo conmigo (o con los de mi generación), la comparación es desfavorable según ella, porque nosotros tuvimos muchas más oportunidades por tener menos competencia. Si esto fuera cierto la competencia se habría hecho más dura con el tiempo, entonces tiene que aprovechar rápido, puesto que ahora tiene más oportunidades que los que vengan después, que tendrán que soportar más competencia todavía.
Lo cierto es que cada cual tuvo sus dificultades y cada cual tuvo sus recursos. Desde luego ahora se exigen más cosas para ser empleado que antes, pero también se cuentan con unos recursos como nunca antes tuvimos los que buscábamos empleo.
¿Qué le pasa a Snow? ¿Qué les pasa a otros tantos jóvenes como ella?.
Yo creo que el miedo les ha paralizado y no se atreven a volar con sus propias alas. Tienen miedo de fracasar y no se dan cuenta de que su fracaso sería precisamente eso:
“ No intentarlo”. Pensamos que intentar algo y no conseguirlo es un fracaso, pero no lo es. Se convierte en un fracaso si no aprendemos de la experiencia, si sólo queremos echarle tierra y olvidarla, entonces si que habremos fracasado, y lo que es peor, estaremos condenados a repetir nuestro error hasta que consigamos aprender de él.
¿ Por qué los jóvenes españoles no quieren volar y los de otros países que llegan aquí con mucha menos capacitación si lo hacen?.
Es cierto que muchos de los de mi edad volamos del nido por que la necesidad nos empujó, muy a nuestro pesar. Nuestros padres nos quería y protegían, pero no pudieron impedir que voláramos. Yo creo que parte de la culpa de que los hijos no vuelen es de los padres, que siempre juzgan débiles las alas de sus hijos, pero también y especialmente es de los hijos, que se acomodan, se apoltronan, y se niegan a dar el salto de su vida. Muchos pájaros cuando tiene crías que ya pueden volar, dejan de alimentarlas, forzándolas por hambre. Como humanos no podemos hacer eso. Solo podemos apelar a la conciencia.


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